Parashat Bereshit: Motivación en el proceso

וַיֹּאמֶר אֱלֹקים תַּדְשֵׁא הָאָרֶץ דֶּשֶׁא עֵשֶׂב מַזְרִיעַ זֶרַע עֵץ פְּרִי עֹשֶׂה פְּרִי
(בראשית א, יא)

וַתּוֹצֵא הָאָרֶץ דֶּשֶׁא עֵשֶׂב מַזְרִיעַ זֶרַע לְמִינֵהוּ וְעֵץ עֹשֶׂה פְּרִי
(בראשית א, יב)

Hashem le ordenó a la tierra un doble decreto: generar un “árbol de fruto, que produzca fruto”. La tierra sólo hizo florecer un “árbol que produce fruto”, no un árbol de fruto.

¿Qué significa un árbol de fruto? Nuestros sabios explican que la orden incluía el mandato de que el tronco tuviese también el sabor del fruto; pero la tierra pecó y produjo un árbol que, en sí mismo, no poseía el sabor del fruto.

Está claro que solo los seres humanos pueden pecar. Este relato viene a enseñarnos un simbolismo: el fruto es el objetivo para el cual fue plantado el árbol y el árbol es el camino, que nos conduce hacia el fruto. Desde la perspectiva del orden Divino, de acuerdo a la configuración ideal del mundo,
el camino debería tener el mismo “sabor” que el objetivo. Se percibiría así la simjá, durante el proceso hacia el objetivo. En la realidad imperfecta en que vivimos, representada por el pecado de la tierra, no se goza el “sabor” del objetivo durante el transcurso hacia él.

¿Existe alguna solución? ¿Es posible sentir simjá en los procesos?

En la mayoría de los árboles, el tronco no posee el sabor del fruto. En gran parte de los procesos, el camino no posee el “sabor” del objetivo. Experimentamos letargo o malestar al transitarlo, a gran distancia de la simjá. En el Jardín del Edén, se erguía un árbol cuyo sabor era el mismo en el tronco y en el fruto: el árbol de dáat.

Comer del árbol de dáat provocó que la voluntad del corazón tenga una identidad propia, independiente del intelecto y que se sienta atracción también hacia el mal.

Sin embargo, sabemos que en el árbol de dáat no existía la dualidad. La voluntad en el proceso, el tronco, es igual a la del objetivo, el fruto. ¿Qué nos enseña esto?  Jojmá es la capacidad de vislumbrar el futuro. Dáat, es la capacidad de sentirlo. Un Jajam conoce las consecuencias de sus
acciones, aunque necesita esforzarse para analizar y tomarlas en cuenta. Si además de ser jajam tiene dáat, posee las consecuencias futuras internalizadas en su corazón, y no tiene la tentación.

Volar como un pájaro sería una experiencia extraordinaria; pero si subimos al techo de un edificio no sentimos deseos de saltar y volar, porque las consecuencias de esa acción son evidentes y no se limitan al ámbito de jojmá, incluyen también dáat.

Dáat es el epicentro de unión entre la clarificación del intelecto y el sentimiento del corazón. Simjá, el “sabor” en los procesos, se gesta, exclusivamente, cuando los sentimientos se apegan al objetivo futuro que ha señalado el intelecto. No hay simjá sin internalizar en el corazón.

Nuestra tarea es estudiar cómo transformar nuestro conocimiento, la jojmá, en dáat. El método existe – solo falta estudiarlo.
 
(Basado en el libro “El Código Judío de la Felicidad”)