Gran parte del sufrimiento en la vida es producto de cualidades personales, que provocan actitudes autodestructivas.
La irresponsabilidad y la pereza impiden el éxito, el enojo y el orgullo destruyen la relación con nuestros seres queridos, la visión negativa y la envidia nos hacen desdichados.
Existen dos caminos: brajá o clalá, aunque el lenguaje que la Torá utiliza en esta parashá, para describir las dos opciones, es diferente:
La brajá se consigue en forma anticipada – “asher tishmeú“, por la disposición de cumplir la palabra de Hashem. La clalá, en cambio, se condiciona al mal actuar, en la práctica – “im lo tishmeú“, si no cumplen la palabra de Hashem (Or Israel 30).
El desafío más grande de la vida es el momento en que la persona descubre que su sufrimiento es producto de sus midot y que esas midot se pueden cambiar. El sufrimiento que parece sin razón ni justicia, se trasforma en una motivación. “Ein simjá keatarat hasfecot” – no hay alegría más grande que resolver las dudas.
La motivación se despierta aún antes de lograr el cambio, cuando se descubre la fuerza para atravesar el camino.
Las midot negativas no aparecen por culpa de los errores de los padres, ni tampoco por culpa de cada uno de nosotros. Esas midot, con las cuales nacimos, son la misión de nuestra vida.
Antes de conquistar la meta, la brajá misma es reconocer que está en nuestras manos cambiar.